CUANDO LA VIDA NACE DENTRO DE TI: SER MAMÁ

“Tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma”.

Khalil Gibran

Recuerdo nítidamente cuando tuve la primera consciencia acerca de lo que significa “ser mamá”. Me encontraba en la consulta de la que fue mi primera ginecóloga, una doctora amable que me apoyó demasiado en una época en que era universitaria y solo tenía 21 años. La visité por un atraso en mi regla. Mi primer hijo ya se estaba gestando.

De siempre he sido media “vanidosa” y unos meses después de la noticia, claramente sorpresiva para mí (ya que me encontraba pololeando hace años, pero cursaba solo tercer año de psicología), llegué a un control inquieta por lo que yo creía eran unas “venas extrañas” cerca de mi ombligo. La doctora me miró y me dijo:” son estrías, eres muy delgada y tu guagua viene grande”. Y añadió: “no le des importancia, ¡vas a ser mamá!”

La verdad es que sentí algo muy extraño dentro de mí. Algo me molestó un poco acerca de que su mirada fuera solo en torno a mi hijo (¿y mi guata con surcos blancos, no importaba?). Con la sensación de que algo definitivamente desconocido se asomaba y ya empezaba a dejar sus primeras huellas. Porque, sin duda, si hay algo potente en la vida de una mujer es convertirse en madre.

Este mes, en mi Instagram, decidí dedicarlo a las mamás y me dieron ganas de compartir por aquí algunas ideas más extendidas sobre lo que ha significado para mí ser madre y lo que he aprendido trabajando hace más de 20 años con tantas mamás.

La vida al tener hijos cambia para siempre. Sin vuelta atrás. Definitivamente, no sientes igual desde que te inicias en el camino de ser madre. Cambia tu cuerpo, tu sentir, tus prioridades, tus tiempos (esto último es muy radical). Es como si la vida, a la vez que se amplía en ti, también se restringe. Es una vivencia compleja y contradictoria, llena de matices. Nada fácil. Agotadora. Profunda y sublime.

Una de las cosas que a mí me pasó, sobre todo al inicio, fue que intentaba “ser como mi mamá”. Mi madre ha sido una mujer dedicada solo a la casa y a sus hijos, amorosa y muy preocupada de ellos (muy ansiosa y sobreprotectora) y entonces se me imponía como un claro modelo a seguir. Sin embargo, ella es hija de su tiempo y lleva dentro de sí un temperamento muy diferente al mío; entonces ahora, mirando hacia atrás, creo que no me respeté tanto. Tenía muchas contradicciones que me hacían sufrir. A veces me sentía eligiendo entre mis hijos y mis estudios (siempre me ha gustado mucho estudiar y trabajar) y en mi cabeza aparecían voces: “Tus hijos siempre deben ir primero”, “ser mamá es lo que debe primar” repitiéndose críticamente dentro de mí.

Este es el primer punto que me atrevería a señalarte desde mi experiencia. Intenta desde el comienzo invertir tiempo en ti, o equilibrarlo todo lo que te sea posible, poniéndote en primer lugar y no después de tus hijos. A lo mejor te parece una aberración, pero hoy, habiendo vivido la mitad de mi vida, con cuatro hijos y 3 de ellos adultos, con más de 20 años de consulta, es algo que puedo aconsejarte con responsabilidad.

Tu bienestar emocional contribuye más de lo que imaginas al bienestar de tus hijos. A ellos desde el comienzo les llega el sabor y el olor de tu autoestima, de tu seguridad personal. Y eso los ayuda mucho a internalizarlo y aprenderlo para sus vidas. No te pases a llevar en lo que sientes y necesitas. Aprende a conocer tus límites, para que puedas enseñarles a tus niñ@s lo mismo.

Hay demasiados estilos y no solo una forma de ser “buena mamá”. Hay tantas maneras de serlo, como madres en el mundo, y cada día es posible partir de nuevo y hacerlo un poco mejor.

Ha sido especial, dado mi trabajo, el ser testigo de cómo las mamás (porque siguen siendo ellas quienes más llegan a pedirme ayuda) sacan una fuerza interna que desconocían tener, cuando necesitan apoyar o cuidar a sus hijos. Y me consta de cómo todas, sin excepción, intentan hacer lo mejor que pueden para cuidarlos y criarlos.

Esta idea puede sin duda aportar en la sororidad tan necesaria entre nosotras. Además de contribuir a que cada mujer aprenda a vivir su maternidad con menos prejuicios y estereotipos. Creencias erradas que nos dañan, alejan la autocompasión de nuestras vidas y nos resta sabiduría al llenarnos de culpas.

Te invito siempre a comprender y mirar tu maternidad teniendo en cuenta tu contexto, tu particular situación, tus características, tus carencias, todas tus fortalezas. Desde ahí intento enseñarles a las mamás que atiendo, a comprenderse y a ser amables con lo que viven, que aprendan a mirar lo que sí logran y desde ahí sacar fuerzas para mejorar.

Un segundo punto que pienso puede ayudarte, es atreverte a cuestionar tu propio modelo de crianza. Ya que, sin quererlo, harás con tus hijos según lo que “tengas más a mano”, es decir, lo que aprendiste (o no aprendiste) con tus padres.

¿Te has puesto a pensar en qué impronta emocional te gustaría dejar en tus hijos? ¿Qué valores están detrás de lo que haces o dejas de hacer? ¿Qué priorizas al educarlos emocionalmente?

Si no invertimos tiempo en momentos para reflexionar y “parar”, todo lo que hacemos se surtirá de aprendizajes muy inconscientes que llevamos internamente acerca de cómo deberíamos actuar con nuestro hij@. Y eso fundamentalmente viene de nuestros modelos y de nuestra experiencia vivida. También de las emociones de miedo o culpa que tiñen demasiado y se cuelan constantemente en nuestras acciones como mamá.

El tercer punto que puede servirte, dice relación con desarrollar la flexibilidad para estar abiertas a los cambios y al aprendizaje, ya que necesitamos con cada hijo aprender destrezas no siempre iguales. No debes “culparte” por no “saberlo todo”. Gran parte de nuestros “errores” implican hacer consciente ciertos déficits de habilidades que no siempre debemos tener, pero que necesitamos tener la firme decisión de pedir ayuda o buscar recursos para desarrollarlas.

Cada hijo es un mundo, cada uno te demandará cosas diferentes. Independiente del número de hijos (porque a veces “uno” vale por “varios”), necesitarás abrirte a los cambios y tendrás, con cada uno, nuevas posibilidades para aprender. Esta es la creencia que nos estimula: Imposible aprender sin fallar, y con cada error (aprovechado y reconocido) vamos pavimentando un camino de más éxito para nuestra vida y la de nuestros hijos.

Cada pequeño o mayor fracaso es lo único que nos hace avanzar en el camino de ser madres más sabias. No hay otra forma. Es preciso aceptar con cariño cada caída, para así extraer su enseñanza.

La culpa, en cambio, solo repite y subraya la sensación de haber fallado o de sentirnos arrepentidas por algo que pensamos, sentimos o actuamos; ciertamente puede servirnos para reparar un daño cometido, pero lo que veo en muchas madres (y yo también lo viví muchas veces) es una sobre-exigencia enorme. Eso provoca que guarden poca o casi nula energía para ellas, pues toda la “entregan”, lo cual, sumado a la culpa, las torna enemigas de sí mismas.

Lo anterior, invita a la cuarta manera más sana de vivir la maternidad. La que apunta a incorporar a nuestra vida la compasión y la autocompasión. Esta forma de vivir la maternidad te dará la oportunidad de apoyarte más, de reconocer más fácilmente tus límites y te ayudará a conectar emocionalmente con tus hijos. Ya que la compasión parte por desarrollar la capacidad para observar y sentir el dolor (tuyo y ajeno), lo que implica saberte vulnerable y reactiva, estar abierta a recibir lo que sientas con amabilidad, a mirar amorosamente lo que sientes y por lo que sufres, todo lo cual regulará más tus emociones.

Al mismo tiempo, la compasión te permite entender las conductas de tus hijos desde su inmadurez, te ayuda a respetar sus propios tiempos y evita compararlo con otros. Porque a mayor observación, retardas tus acciones y eso te torna más reflexiva.

De esta manera, bajarás la velocidad porque respetarás más los tiempos del corazón, tanto en ti como en tus hijos. Todo lo que, en el conjunto, te ayuda no solo a reconocer “lo que duele” (o “les duele”) sino que te insta además a desear genuinamente aliviarlo, hacer cosas para que tú y tus hijos sobrelleven mejor las dificultades y los sufrimientos que la vida va poniendo.

El último punto que puede serte útil es internalizar desde el comienzo que no “TODO” depende ti. Te puedo asegurar que ni con todo tu amor podrás controlar las múltiples variables que intervienen, cada vez más, en la vida de tu hijo. Eso te ayudará a mirarte con más amor y comprensión. Piensa que tu hijo, a pesar de lo mucho que depende de ti desde pequeño, en realidad “no es tuyo”, pues viene desde el comienzo a aportar a este mundo con colores propios. Aceptándolo genuinamente, podrás quererlo de forma más sana, ya que muchos de tus agobios nacen del luchar por cosas que no dependen de ti y también por no aceptar sus particulares características, en donde no todo será apoyar para “cambiarlo”; también el equilibrio te lo irá otorgando el entender, esperar y aprender a validar sus diferencias.

En mi consulta, desde el comienzo a las madres las ayudo a descubrir la tonalidad “base” con que llegan sus hijos a este mundo. A descubrir los factores biológicos que conforman su personalidad. Lo que sin duda no es una base estática, determinante o invariable, pero sí una base inicial frente a la que se van sumando las experiencias del ambiente (al respecto, en mi Instagram encontrarás varios posts dedicados al tema).

Todo lo anterior te lleva a fluir más positivamente como mamá, ya que implicará que aprendas a aceptar las fortalezas y debilidades de tu niño, desarrollando amor y paciencia para apoyarlo a cambiar lo que puede y aquello que le aporta, así como aceptando sus debilidades y lo que, a lo mejor, está fuera de sus posibilidades.

Si te fijas, soltar el “control” de que todo depende de ti, te lleva a que logres reconocer, descubrir y validar las características únicas y singulares que cada hijo tuyo tendrá, y en base a eso logres ser una madre que fluya y aprenda a su lado.

El deseo más profundo en este artículo es ayudarte a desarrollar más sabiduría materna, la que yo defino como el intento amoroso de lograr un equilibrio entre acoger y proteger cálidamente a nuestros hijos y, al mismo tiempo, no olvidarnos de nosotras. Generando así auto apoyo, seguridad y confianza.

Te invito a recordar que necesitas tiempo y espacio para ti, ya que tu consciencia y sabiduría de mamá aparece con más facilidad desde el contacto contigo misma. Es ahí donde tu corazón se abre y puedes hacerlo descansar de todo lo que vas viviendo y sintiendo día a día con tus hijos.

De verdad, no puedes dar ni hacer todo. Da con amor y esfuerzo lo que puedas, pero confía y únete a la propia fuerza de la vida, que es la que trajo a tus hijos a este mundo para una tarea que es misteriosa, que no la sabrás del todo y que, solo con amor y paciencia, puedes ayudar a que ellos mismos la descubran.

Entiéndete tú misma y no esperes que tus hijos lo hagan primero. Porque de seguro ellos podrán dimensionar realmente tu tarea cuando tengan a un hijo entre sus propios brazos. Porque el corazón crece y se hace más profundo luego de que nos convertimos en papás o mamás.

La vida humana es una malla compleja que da muchos giros insospechados, en donde nunca dejamos de sorprendernos. Ejercita la mente de principiante, que intenta ver siempre desde ojos nuevos, disfrutando del paisaje, aunque a veces se vea nublado porque confía que detrás de eso está el sol.

Espera los cambios positivos para ti y para tus hijos, evitando impacientarte y solo ver lo que no resultó. Hazlo conjuntamente mientras vas probando pequeñas cosas nuevas (no repitiendo obstinadamente lo que ya sabes no resulta), en donde vayas siempre cuidando también de ti.

Yo desde aquí, también siendo mamá, te abrazo compasivamente.

Que tu corazón de mamá siga brillando.

Porque eres vida y la vida te eligió a ti para darla.

1 comentario en “CUANDO LA VIDA NACE DENTRO DE TI: SER MAMÁ”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Carrito de compra