Cuando el sufrimiento toca la puerta.

Cuando el sufrimiento toca la puerta - Carolina Urbina

Hay que amasar el pan en días fríos y en días de verano, con sol, con humedad, con lluvia helada. Hay que amasar el pan sin ganas de amasar el pan.      

Leila Guerrero.

El sufrimiento y el dolor en nuestras vidas no tienen la mayor parte de las veces una explicación que pueda verse con la debida claridad o lógica. A veces en la vida todo parece verse tan bien y sin previo aviso todo cambia. En ocasiones, todo parece espantoso y salimos de esa experiencia mejor que antes.

El sufrimiento a veces llega como una situación familiar que nos sobrepasa o una enfermedad, una muerte de alguien querido, un divorcio.

Recientemente, viví algo fuerte, doloroso y pensé que me serviría compartirlo contigo, porque hay cosas que aprendí y pueden significarte algunas luces si algo similar estás viviendo.  

Partiré diciendo que desde siempre me cuestan los cambios y me cuesta aún más lo imprevisto (¿te pasa?) y tal como a ti, no me agrada sufrir. Esto tan propio de la vida (el que todo está cambiando siempre) lo he aprendido con dificultad ya siendo adulta.

Algo pasó en mi crianza que malentendí que todo podía siempre estar como “ordenado” u “organizado” y si bien son habilidades adaptativas que sirven y sirven mucho, en la vida lo único permanente es el cambio y eso es necesario empezar a internalizarlo e ir trasmitiéndoselo a los hijos desde la cotidianeidad, ya que a algunos por temperamento les costará aún más.

Al sufrir no siempre ocurre lograr verle el lado positivo (no te fuerces a eso, sufrirás más) como sueles escucharlo en frases de una mentalidad que puede intentar ser “positiva” pero que a veces, por lo mismo, reprime y reniega algo tan natural como el sufrir. 

Por supuesto que te ayudará a aprender amorosamente, a darle un sentido y a hacerle frente. Aceptarlo puede ser un punto de partida. No negarlo, no evadirlo. Mirarlo a los ojos. Sentirlo. 

En nuestra vida el sufrimiento está siempre a la vuelta de la esquina. A veces un poco más suave, otras un poco más fuertes. Pero siempre algo nos inquieta, nos perturba aunque sea un poco y nos hace sufrir de alguna manera. Por lo que aprender una forma más sana de sentir y aceptar lo que nos duele, siempre traerá bienestar.

Cuando me formé hace algunos años en la Terapia centrada en la compasión, aprendí un buen poco de cómo funciona nuestro cerebro y aprendí otro tanto, acerca de que el sufrimiento es inevitable y por lo mismo, ser compasivos y auto compasivos ayuda demasiado. Lo que no significa tener o tenerse lástima. Si no más bien la habilidad emocional de reconocer el dolor y por medio de mis acciones, prevenirlo e intentar aliviarlo. Lo que implica aprender a ser más amoroso y amable con uno. Lo que también puede ser desarrollado frente a quienes sufren alrededor nuestro. 

Los estudios de neurociencia, que forman uno de los pilares en los que se basa esta terapia, enseñan que somos mamíferos que hemos ido evolucionando. Sin embargo, seguimos teniendo una parte antigua de nuestro cerebro que nos hace tener, siempre bien cerca, la posibilidad de actuar en “modo primitivo”. 

Según lo anterior, hay áreas cerebrales que al activarse nos preparan y resguardan así nuestra supervivencia y no solo se activan frente a la persecución de un león, también se activan cuando alguien nos dice, por ejemplo, una frase que interpretamos como “humillación”, también puede activarse al sentirme “sol@” y no “querido por los demás”. Es decir, frente a experiencias humanas que requieren reflexión, perspectiva y soluciones sabias, tenderemos inevitablemente a modo de impulso a “reaccionar en rápido”, a “atacar” o a auto- decirnos cosas extremas.

Tenemos un cerebro sensible y reactivo, siendo seres que perseguimos y necesitamos poderosamente el sentirnos seguros y conectados con los demás.

Hace poco yo intenté hacerle frente lo mejor que pude, a lo que simbólicamente era un “león que me perseguía”. Mi mamá enfermó mucho. Estuvo muy grave. La verdad a milímetros de cruzar al otro lado del puente. Fue vivir varios días olfateando muerte, enfermedad, un cuerpo abatido y arrancado sin piedad de su lugar de placer. Confieso que hasta alcancé a coordinar un pequeño coro de lo que sería la misa en la iglesia.

Dentro mis vacaciones y en medio de almuerzos conversados y realizados casi a la hora “del té”, con arena pegada aún en mi cuerpo y estando en la playa, todo giró. Una llamada, un aviso de urgencia. Y el apuro de llegar a Talca en menos de la mitad del tiempo (no diré a la velocidad que mi hijo manejó conmigo de copilota). Ya que podían ser horas las que mi mamá durara estando viva y yo quería llegar. Llegar para alcanzar a tocarla aunque sea unos segundos por última vez. 

Recuerdo mi entrada de noche a escondidas y con permiso del enfermero de turno (bendita compasión de quienes trabajan directamente con los enfermos) a verla mientras dormía profundamente en uci. Eso de que “la vida es entera en 5 minutos” es cierto. Se detiene todo. Nada te importa más en ese momento. El tiempo ya no vale lo mismo y tú tampoco. Actúas sin consciencia de que actúas. Sientes “raro”, a ratos como anestesiada y sin sentir lo que supuestamente “deberías sentir”. No te crees que esto te esté pasando a ti, pero al mismo tiempo te llega una ola de humanidad en donde te ves desnuda y sin apariencias, frágil y humana a la vez.

La historia médica es larga y complicada. Diagnósticos inicialmente errados. Recursos económicos muy malgastados. Cosas que no coinciden. Palpé muy de cerca cómo funcionan nuestros sistemas de salud y ni voy a entrar en eso. Pero te diré que me angustia pensar como lo hacen otras personas. Yo hice valer mis contactos, sirvieron los ahorros de mi papá, que fue un dentista austero, donde nunca le importó demasiado ni el auto, ni los lujos.

Cuando el sufrimiento toca la puerta - Carolina Urbina

Todo esto inspiró este artículo que es el primero de mi blog en mi sitio web. Era una oportunidad para expresar (eso sirve mucho cuando sufres) y dar algunos caminos que pudieran servirte en momentos de sufrimiento, tensión o dolor.

El pedir ayuda es otro factor protector (evitar el hacerlo “todo uno”). En mi caso, volví a tomar hora con una colega a quien recurro cada vez que algo me sobrepasa. De nuevo me vi llorando a mares como una niña frente a ella. Una niña que siempre fue ansiosa y muy fóbica (llena de miedos) y que desde que tiene uso de razón a querido/intentado hacerlo todo “demasiado bien”. Esto último no sirve demasiado. Hay que aceptar que uno falla siempre y sobre todo en situaciones extremas o de mucho estrés (por eso es energía perdida el lamentarse o arrepentirse). 

Terminaré enumerando aquellas cosas que más me sirvieron y que logré rescatar de todo lo vivido. Aquí van:

  1. El afecto y la amistad, es por lejos la mayor inversión que uno puede hacer en la vida. Bríndate tiempo y enseña a tus hijos a construir buenas relaciones, a dedicarles tiempo, a cultivarlas. La ayuda de mis amig@s, su compañía, el darme alojamiento, sus abrazos. Fue vital junto al de mi familia para mantenerme “en pie”.
  2. La medicina necesita con urgencia tener una visión más integradora y compasiva. Mi madre sin visitas permitidas empeoraba y en la uci definitivamente ya no dio más (estaba sola y desesperada por tener a alguien de su familia cerca). Nos cuesta dimensionar la fuerza poderosa y curativa del área emocional. El amor y la presencia curan y alivian. Por lo que frente a los “problemas” tuyos o de tus hijos, siempre mira el contexto, céntrate en el apoyo amoroso que puedas darles y no partas al tiro pensando en “remedios”.
  3. Lo nuevo y estresante siempre implica acomodarse y aprender. Nunca se sufre sin aprender y nunca se aprende sin fallar. Yo me permití hacerlo y me ayudó entenderme y no exigirme tanto, diciéndome: UN DÍA A LA VEZ. Aprende a vivir las dificultades en tu vida desde la confianza y ten paciencia en el proceso. 
  4. Lo que te dices (o te dicen) en los momentos de estrés hace la diferencia. Con esfuerzo y disciplina (en donde el aprender a respirar consciente y el ejercicio físico han sido claves) he logrado ir cambiando mis patrones de pensamiento. Hoy, luego de un pensamiento inicialmente “negativo” logro decirme algo más alentador después. Y como todo es práctica, hay veces en que ya logro solo escuchar internamente voces alentadoras. Cuida lo que te dices y lo que les dices a quienes quieres o cuidas. Las palabras crean realidades.
  5. Cuando sufras, no te esfuerces por sentir algo diferente. No hagas nada desde el impulso. Solo observa y respeta lo que sientes. Todo es válido. Todo tiene un sentido para tu corazón. Solo permitiéndote sentir y tomando consciencia de lo que sientes, podrás aliviarte y hacer algo constructivo con lo que estás sintiendo.

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